Los huesos son estructuras anatómicas esenciales del cuerpo humano y de otros organismos vertebrados, que desempeñan una variedad de funciones críticas para el mantenimiento de la integridad física y la locomoción. Su dureza y resistencia son atributos fundamentales que les permiten cumplir estas funciones de manera eficaz.
Los huesos actúan como elementos protectores al formar cavidades que alojan sistemas y órganos vitales del cuerpo. Por ejemplo, el cráneo protege el cerebro, mientras que las órbitas oculares resguardan los ojos. Estas estructuras óseas proporcionan una barrera física que protege los tejidos blandos de lesiones y traumatismos externos. La naturaleza dura y resistente de los huesos les permite absorber impactos y distribuir fuerzas, minimizando así el riesgo de daño a los órganos internos.
Además de su función protectora, los huesos también sirven como elementos articulares en el sistema locomotor del cuerpo. En las articulaciones móviles, los huesos se unen entre sí formando complejas estructuras que permiten el movimiento. Estas articulaciones están estabilizadas por cápsulas articulares, ligamentos y músculos que mantienen la integridad y el rango de movimiento de las articulaciones. Los tendones, que son extensiones de los músculos, se unen a los huesos y actúan como ligamentos activos, proporcionando fuerza para el movimiento. Por otro lado, los cartílagos presentes en las articulaciones actúan como piezas pasivas que amortiguan y facilitan el deslizamiento suave de los huesos durante el movimiento.
La estructura interna de los huesos, compuesta principalmente por tejido óseo compacto y tejido óseo esponjoso, contribuye a su resistencia y capacidad de soporte. El tejido óseo compacto forma la parte exterior densa y resistente de los huesos, mientras que el tejido óseo esponjoso proporciona flexibilidad y absorción de impactos. Esta combinación de tejidos asegura que los huesos puedan soportar cargas mecánicas significativas sin sufrir fracturas o deformaciones.