La mama, un órgano exclusivo del sistema reproductor femenino, se encuentra anatómicamente situada entre dos estructuras fundamentales: la capa subdérmica de tejido adiposo y la fascia pectoral superficial. Esta disposición, determinada por una combinación de factores embriológicos y funcionales, es esencial para el desarrollo y la función de la mama en el cuerpo humano.
Durante el desarrollo embrionario, la mama se origina a partir de la cresta mamaria, un tejido primordial presente a lo largo de la línea mamaria, que se extiende bilateralmente desde la axila hasta la ingle. Este tejido, derivado del mesodermo embrionario, sufre una diferenciación progresiva para formar las glándulas mamarias maduras.
La capa subdérmica de tejido adiposo, situada inmediatamente debajo de la piel, constituye una reserva de energía y desempeña un papel crucial en la termorregulación y la protección mecánica del cuerpo. En el caso específico de la mama, esta capa adiposa tiende a ser más gruesa, especialmente en mujeres, como una adaptación evolutiva para proporcionar suficiente almacenamiento de grasa necesario durante el embarazo y la lactancia.
Por otro lado, la fascia pectoral superficial es una estructura de tejido conectivo que recubre los músculos pectorales mayores y menores en la región del tórax. Esta fascia desempeña un papel crucial en la integridad estructural y el soporte de la mama, brindando un sostén subyacente que contribuye a mantener su forma y posición.
En términos de función mamaria, la ubicación entre la capa subdérmica de tejido adiposo y la fascia pectoral superficial proporciona un entorno propicio para las actividades glandulares y hormonales. Durante la lactancia, por ejemplo, el tejido adiposo subdérmico proporciona una fuente de energía para la producción de leche, mientras que la fascia pectoral superficial ofrece un soporte estructural esencial para la adecuada succión del lactante.