El adagio médico atribuido a la época de Hipócrates, «las enfermedades que no curan las medicinas, las cura el hierro; las que no puede curar el hierro, las cura el fuego, y las que no puede curar el fuego se consideran incurables», presenta una estructura jerárquica de tratamientos médicos según la severidad de la enfermedad y la eficacia percibida de las intervenciones terapéuticas.
En la antigüedad, los medicamentos incluían una variedad de sustancias naturales, como hierbas, extractos vegetales y ungüentos, que se creía tenían propiedades curativas. Sin embargo, se reconocía que había enfermedades que no respondían adecuadamente a estos tratamientos, lo que requería la exploración de opciones terapéuticas adicionales.
También se hace referencia al uso del hierro, principalmente en forma de instrumentos quirúrgicos, para tratar enfermedades que no podían ser resueltas con medicamentos. La cirugía con instrumentos de hierro se consideraba una técnica más invasiva y directa, adecuada para tratar afecciones como fracturas óseas, lesiones traumáticas graves y la extracción de cuerpos extraños.
Así mismo se menciona el fuego como una modalidad terapéutica, principalmente en forma de cauterización. Este procedimiento implicaba la aplicación de calor intenso para quemar y sellar tejidos, utilizado para detener el sangrado o tratar infecciones locales. La cauterización se consideraba efectiva en condiciones que no respondían a los tratamientos médicos o quirúrgicos convencionales, como el control del sangrado excesivo y la gestión de úlceras infectadas.
Finalmente, se establece que las enfermedades que no pueden ser tratadas con ninguno de estos métodos se consideran incurables. Esta declaración no implica la renuncia al tratamiento, sino más bien el reconocimiento de las limitaciones de los tratamientos disponibles en ese momento y la aceptación de que algunas enfermedades pueden estar más allá de la capacidad de curación con los conocimientos y tecnologías existentes.