El esqueleto humano es una estructura osteocartilaginosa, lo que significa que está compuesto tanto por tejido óseo como por tejido cartilaginoso. Durante el desarrollo fetal, el esqueleto se forma principalmente a partir de cartílago, en un proceso conocido como osificación endocondral. Esta forma primaria de esqueleto proporciona una estructura flexible y moldeable que es crucial para el desarrollo embrionario y fetal.
El cartílago, un tejido conectivo resistente y elástico, es esencial durante el desarrollo fetal ya que permite el crecimiento y la modelación del esqueleto en respuesta a las fuerzas biomecánicas y a las necesidades de crecimiento del feto. Además, el cartílago actúa como un andamio sobre el cual se deposita el tejido óseo en desarrollo.
Sin embargo, a medida que el feto se desarrolla y crece, el cartílago es reemplazado gradualmente por tejido óseo en un proceso conocido como osificación endocondral. Durante la osificación endocondral, las células del cartílago, llamadas condrocitos, se rodean de matriz ósea y eventualmente se transforman en osteocitos, las células del tejido óseo. Esto resulta en la formación de hueso que reemplaza al cartílago original en la mayoría de las partes del esqueleto.
Este proceso de reemplazo del cartílago por hueso continúa después del nacimiento y durante la infancia y la niñez, lo que conduce a un esqueleto cada vez más duro y resistente. Sin embargo, no todo el cartílago fetal se convierte completamente en hueso. Algunas áreas, como los cartílagos costales, articulares y el tabique nasal, persisten en forma de cartílago en el adulto. Estos cartílagos desempeñan funciones importantes, como la flexibilidad en las articulaciones, la protección de estructuras delicadas y la formación de la estructura nasal.